martes, 3 de octubre de 2017

Las relaciones entre indígenas y blancos rioplatenses en la primera mitad del siglo XIX

Vida, relaciones y conflictos en la campaña

  Suele describirse a la frontera (según los términos del siglo XIX, la zona entre el “poblado” blanco y el “desierto” indio) como un espacio en el cual las sociedades blanca e indígena solo tomaban contacto al momento de los enfrentamientos militares.
  El indio es presentado frecuentemente como el bárbaro, el salvaje al que hay que ‘domesticar’ o ‘exterminar’. Las campañas al desierto aparecen acciones del blanco tendientes a ‘civilizar’, ‘cristianizar’ y concluir con las depredaciones que los indios ocasionaban.
  Pero la vida en la frontera, tanto para blancos como para aborígenes, era mucho más compleja de lo que suele presentarse. En la campaña bonaerense, los intercambios motivados por las necesidades de ambos grupos, posibilitó el conocimiento y la comunicación.

  La adopción del caballo por parte de los indígenas produjo cambios en esa sociedad: acrecentó la capacidad de movimiento; modificó la dieta con la inclusión de ganado yeguarizo como alimento y facilitó la adquisición de otros productos para la alimentación; y proveyó de materias primas (cuero, cerdas, crines, nervios, tendones, huesos) que sirvieron para elaborar elementos de uso cotidiano.
  El trueque fue una práctica más o menos frecuente, que incluía aguardiente, ganado vacuno, bueyes, caballos, sombreros, yerba mate, entre otras mercaderías. También los cueros y las pieles junto a las plumas de avestruz fueron un rubro importante en los intercambios que se efectuaban en las pulperías, fortines y fuertes de frontera.

Pulpería del siglo XIX en el actual barrio de Belgrano
  Así, fue constituyéndose una extensa red comercial que se originaba en las pampas bonaerenses con la cría de ganado, y la explotación de recursos naturales por parte de los indígenas, como la sal -en Salinas Grandes de Hidalgo, en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires, actual partido de Puán- indispensable para la conservación de los alimentos, y por eso muy preciada por los blancos. Esas rutas comerciales continuaban por la margen del río Negro y el río Colorado hasta los pasos cordilleranos, donde el ganado y otros productos obtenidos como botín de los malones, pasaban a Chile para su venta.

  El “negocio Pacífico” será una política utilizada en tiempos de Rosas. El Gobierno entregaba raciones de ganado y bienes de consumo (yerba, azúcar, vestimenta, harina, aguardiente). Por su parte, estos “indios amigos” debían cumplir tareas de chasques, acarreo de bienes, informadores, entrega de cautivas. El Gobierno buscaba que estos grupos sirvieran de freno a posibles invasiones; se combinaba esta acción con el escarmiento armado y se sostenía reconociendo la jerarquía entre los pueblos indios.
Indios Amigos del Cacique Linares, a quien se distingue sentado entre dos oficiales del Ejército Nacional

El malón

  Si bien existieron indios en diversas partes del país, el malón fue una actividad que se llevó a cabo desde la pampa húmeda, siguiendo hacia el oeste por Córdoba hasta Mendoza (aunque también hubo malones en las provincias de Chaco y Formosa). El malón comenzó a fines del siglo XVIII, y se extendió incluso hasta comienzos del siglo XX, en el deforestado monte del espinal o el pajonal pampeano donde hoy la soja cotiza en dólares y la inundación borra todo vestigio de aquel pasado conflictivo.

  El malón consistía en el “ataque inesperado de indios” (entre 300 y 2000) sobre pueblos y poblados, preparado al detalle y con antelación.
Mauricio Rugendas, "El malón", 1845.
  La pampa húmeda ofrecía tierras fértiles y pasturas blandas, que permitieron el crecimiento de la hacienda cimarrona (ganado vacuno salvaje). La caza de estos animales, o “vaquería”, desaparecería progresivamente en el siglo XIX, al capturarse los animales para marcarlos y conservarlos en las estancias.
  El malón coexistió entonces con el saladero, industria primitiva dedicada a la elaboración del tasajo, que tuvo su auge durante el siglo XIX.

  Con el tiempo, el poderoso grupo de los saladeristas rioplatenses ejercería enorme influencia en la dirección política del naciente país durante más de medio siglo. La exportación de carne salada a centros de consumo como Brasil y Cuba potenciaron esta actividad.
  Para desarrollarla era necesario, además del ganado, contar con la sal que se traía desde Salinas Grandes (reducto de Calfucurá) o desde la costa patagónica en barcos fletados especialmente. Así, cuando a la extracción de cuero y sebo se sumó el comercio de la carne, los estancieros exigieron al gobierno la defensa de su hacienda mientras el indio continuaba con sus malones y el traslado de lo producido para ser negociado en Chile.
Daguerrotipo - Cacique Calfucurá

El desarrollo del malón 

   Para la organización, las tribus convocaban un “parlamento”: entre los pampas, araucanos y otros, se trataba de una asamblea que tomaba decisiones en situaciones especiales, luego de exponer y escuchar atentamente los argumentos.
  Los jefes justificaban así al malón:
“¿No son los cristianos quienes no conformes con habernos desalojado de las mejores tierras, ¡nuestras tierras!, nos empujan hacia zonas que no podemos habitar porque no hay en ellas agua, ni alimento, lo necesario para vivir? ¿Cómo subsistirían los demás si alguno de nosotros decidiera que las lagunas y los ríos, la sal, la leña, los guanacos, avestruces, los caballos y las vacas del campo, todas esas cosas, le son propias? ¿No compartimos, acaso, la preciada sal de las Salinas Grandes con los blancos, que se la llevan en caravanas de carretas? ¿No son los huincas los que dicen que el ganado que pastaba libre en el campo es suyo por haberlo marcado y herrado? ¿No son sus jefes los que en muchas ocasiones nos prohíben acercarnos a los poblados y comerciar con el blanco?” 1

Los preparativos:

  Una vez que el malón estaba decidido, algunos indios pasaban días y días observando detenidamente los caminos cercanos al sitio que iba a ser blanco del malón, la cantidad de ganado, el total de hombres dedicados a la vigilancia del fortín.
  Indios “mansos” que vivían en las estancias y poblados cercanos al fortín, actuaban muchas veces como informantes completando los datos que posibilitarían llevar a cabo el malón.
  Los pulperos, quienes se veían en el desafío constante de sobrevivir en la frontera, actuaban habitualmente como espías, pero eran espías “muy especiales” ya que brindaban información tanto a la indiada como a los ejércitos a cambio de su tranquilidad y de alguna compensación.
  También contaban con la ayuda de “cristianos” que habían llegado a las tolderías buscando paz y libertad… Muchos huían porque la policía los perseguía por robar ganado, herir o matar a alguien en una pelea; otros eran perseguidos políticos por haber participado en el bando perdedor en alguna guerra civil y los más porque a pesar de trabajar la tierra con rudeza, si no tenían propiedad reconocida o "papeleta de conchabo" 2, eran considerados “vagos” y “malentretenidos” para la ley, y debía cumplir servicio militar en los fortines de la frontera.

  Luego que el servicio de inteligencia recopilara la información necesaria, en las tolderías se preparaban los facones y las puntas de las lanzas, verificaban el estado de las boleadoras, y seleccionaban los caballos.

Ejecución del malón:

  El galope de los caballos sumado a los gritos de los indios, anunciaba la llegada del malón.
  Al llegar se enfrentaban con los pobladores y con los hombres del fortín. Incendiaban las casas y tomaban todo lo que encontraban a su paso: comida, ropa, cautivos y fundamentalmente el preciado ganado. Se retiraban velozmente y comenzaba la persecución de los milicos y los hombres de los poblados.
Ángel Della Valle, "La vuelta del malón", 1892.
El cuadro es una alegoría, refleja el significado del malón hacia fines del siglo XIX.

  En el malón los indios sacaban ventaja de su conocimiento del terreno y preparaban emboscadas para los "huincas": por ejemplo, los llevaban hacia pajonales a los que prendían fuego dejándolos cercados, o arreaban gran cantidad de caballos que vistos desde lejos simulaban ser más combatientes que venían en su apoyo.


  En Buenos Aires, cuando llegaban a Guaminí y Carhué, se divisaban las tolderías por las señales de humo. Luego, se repartía el botín del malón. Así se narra en el “Martín Fierro” de José Hernández:

“Se reparten el botín
con igualdad, sin malicia;
no muestra el indio codicia,
ninguna falta comete;
solo en esto se somete
a una regla de justicia.
Y cada cual con lo suyo
a sus toldos enderiesa […]”.


  Luego de descansar se dedicaban a poner en condiciones la hacienda para emprender el camino hacia Chile, donde venderían el ganado.

Las rastrilladas:

  Para llegar a Chile debían atravesar una vasta planicie y cruzar la cordillera de los Andes, utilizando las huellas que se iban formando a partir del pisoteo del ganado en las idas y venidas hacia ese lugar, y que habían de seguir estrictamente si no querían perderse en el desierto, además de conocer dónde estaban las aguadas y los pastizales necesarios para el ganado. Las rastrilladas también comunicaban los distintos asentamientos indígenas.
Circuitos económicos de la sociedad indígena en la región de la pampa bonaerense (siglos XVII-XIX).

Venta de la mercancía:

  El comercio con el sur de Chile era continuo, y la hacienda robada no solo era vendida a las tribus de mapuches y araucanos sino que también era comprada por importantes ciudadanos chilenos que tenían estancias en esas regiones.
  ¿Qué obtenían el indio como producto de la venta?

“[…] volvía bien vestido y provisto de todo lo que pudiera necesitar él y los suyos para una temporada: mantas, ponchos, alcohol, dagas, machetes, […] pañuelos finos de Europa para vinchas, aperos, chapeados de plata, alhajas del mismo metal para sus mujeres y cañas de coligüe para armar lanzas”. 3

La vida en los fortines y las fronteras

   Los ejércitos de línea estuvieron alejados de la frontera sur debido a los conflictos que debieron enfrentar desde 1810 (guerras civiles, conflictos con Brasil, sitio de Montevideo, guerra del Paraguay, entre otros). Por ello, la defensa de las fronteras quedó en manos de los “milicos” de los fortines.
Fortín Pavón, Sierra de la Ventana
  Los gauchos obligados a prestar servicio de milicos en los fortines por no tener una “papeleta de conchabo”, vivían alejados de sus familias y los condenaban a pasar todo tipo de privaciones, arriesgando gratuitamente su vida en la guerra contra el indio, porque era común que no recibieran ningún pago por este trabajo, y sí habituales castigos de azotes, que dictaba una justicia expedita.
  Pero también hubo un buen número de “fortineras”, mujeres que siguieron a sus hombres para compartir esa dura vida.

  Eran cotidianos el juego de cuchillos; los nada raros casos de los espías que jugaban a favor de los indios o de las milicias de la frontera; la andariega vida de “los chasques”, experimentados hombres a caballo que servían de comunicación en aquellos años de 1840; casos de cautivos raptados por malones, los asesinatos de pulperos, etc.
  Un comandante de paso por un fortín de la provincia de Buenos Aires, escribirá: “Aquello me aterró... De ese grosero montículo de tierra rodeado por un enorme foso vi salir de unos ranchos —que más parecían cuevas de zorros que viviendas humanas— a cuatro o cinco milicos desgreñados, vestidos de chiripás. Todos ellos llevaban la miseria en sus cuerpos y la bravura en sus ojos”.
  Las boleadas de animales en la pampa, (aunque las vaquerías estaban prohibidas desde 1796), ocurrieron durante mucho tiempo, porque de ellas vivían muchos paisanos y pulperos, acopiando las valiosas plumas de los ñandúes, cueros y carnes. Muchas veces los milicos de los fortines fueron sorprendidos y capturados por los indios mientras andaban boleando animales. Una de las crónicas registra un caso sucedido en 1866, cuando unos milicianos del sur santafesino que se encontraban juntando leña y huevos de ñandú, fueron sorprendido por un malón que los tomó prisioneros, siendo desnudados y muertos a lanzazos de inmediato.

  La vida desgraciada y a menudo trágica de los pobladores de frontera del sur de Santa Fe, norte de Buenos Aires y sur de Córdoba, constituye una gesta que conformó el país que hoy solemos habitar (y dilapidar) sin conciencia de los esfuerzos y sufrimientos que lo cimentaron.

  Luego de la caída de Rosas, en 1852 la frontera volvió a conmoverse; los “indios amigos” pasaron de la paz a la guerra y el “negocio pacífico” dio lugar a los malones cristianos.
  En los últimos años del siglo XIX, los grupos ranqueles tuvieron activa participación política a través de los “indios montoneros”, como reacción al modelo liberal porteño o a la guerra con el Paraguay. Por ello, los ataques repentinos se profundizaron especialmente en la década de 1860.

Los cautivos

 El robo de ganado siempre fue un objetivo de los malones; sin embargo, no fue el único. La resistencia al avance de los europeos en la posesión de la tierra, la venganza por alguna acción de los “huincas” que muchas veces saqueaban las “tolderías”, la obtención de rehenes para intercambiar o el apoyo interesado hacia alguno de los bandos de la guerra civil (“malones políticos”), fueron motivos de los enfrentamientos.

  Los indios se llevaban consigo a las lejanas tolderías de "tierra dentro”, capataces de estancia, arrieros, viajeros que se aventuraban por caminos peligrosos, esclavos, negros y mujeres de toda condición, indios santiagueños conchabados como peones en los campos de la frontera...
Tres santafesinos, fueron cautivos de los indios durante su infancia,
y vivieron en las tolderías durante 20 años.
  El rescate de los mismos daba lugar a una intensa negociación en la que los indígenas trataban de obtener los mejores “precios”. La posibilidad de obtener abundantes rescates llevó a los indios a buscar “el mejor postor” en estas negociaciones.
  En agosto de 1858 el cacique Calfucurá le avisaba a Urquiza que estaba juntando cautivas para canjearlas, pero le advertía que “en Azul las pagan mejor”.

  El cautiverio fue una realidad de la frontera: hubo cautivos blancos entre los indios, de la misma forma que cautivos indios entre los blancos.
  Según los documentos de la época, se afirma que eran “…muchísimos los indios prisioneros o recluidos en residencias de religiosos y por lo tanto los caciques siempre estaban prestos a negociar su canje”.

  A los indios se los utilizaba en principio para canje por cautivos blancos, pero cuando su número se incrementó fueron repartidos entre familias vinculadas con el poder, radicadas en la ciudad o en la campaña. En ocasiones se repartieron entre los integrantes de las tropas que los habían capturado, como premio, por destacarse durante el desarrollo de la partida punitiva.
  Se establecía así una servidumbre a perpetuidad, salvo que por alguna razón quedara sin efecto la medida por intervención judicial (malos tratos-falta de enseñanza religiosa). Los cautivos indios, por lo tanto, podían funcionar como bienes de canje o como mano de obra barata.
Cautivos en La Plata. Familias de caciques Inakayal, Foyel y Ariancu.
Vivieron cautivos en el lugar, siendo estudiados y obligados a trabajar
en la obra de construcción del museo, hasta su muerte. Foto de fines de S. XIX.
  El ferrocarril, el telégrafo y los malones acabaron siendo contemporáneos, y aunque es difícil imaginar ese choque cultural, el final era inevitable. El gobernador cordobés Fragueiro acabará proponiendo la incorporación gradual del territorio indio, asegurando un trato pacífico, derecho y estímulo al trabajo, por afirmar que “…el exterminio del indio no es justo ni es útil…”.

 El malón hoy ni siquiera forma parte de la memoria colectiva, los currículums escolares ni se acercan por estos temas, generando en nuestra juventud un profundo desconocimiento por este tramo de nuestra historia.

GLOSARIO

  • Chasque: jinete portador de un mensaje u orden.
  • Fortín: Pequeños fuertes rodeados de una empalizada de troncos, con algunas casas de adobe y una torre de vigilancia llamada "mangrullo", usados en la zona rioplatense para contener los malones.
  • Hacienda: Ganado, especialmente vacuno, que hay en una finca rural o estancia, o que pertenece a un mismo dueño.
  • Huinca: hombre blanco, extranjero, cristiano, en lengua mapuche.
  • Pulpería: Almacén de ramos generales ubicado en zona de campaña, centro social de las clases sociales humildes y medias de la población, donde se podía tomar bebidas alcohólicas y se realizaban peleas de gallos, juego de dados, de naipes, guitarreadas, etc. Existieron hasta el siglo XX.
  • Telégrafo: después del ferrocarril, fue lo que permitió superar el “kolan” o señales de humo de los indios.
  • Vaquería: Cacería de ganado cimarrón (salvaje).

CITAS: