La Revolución Francesa conmovió los cimientos del orden político y social tal como había conocido el mundo civilizado desde la Antigüedad.
El sistema de organización imperante, conocido como Antiguo Régimen, se fundaba sobre dos pilares: la monarquía absoluta y la sociedad estamental.
Conviene aproximarse al contexto a través del análisis de la pirámide estamental que caracterizó al Antiguo Régimen de la Europa moderna. En ella puede observarse cómo la posesión de capital podía alterar la inmovilidad social y posibilitar el ascenso.
Puede observarse que la gran mayoría de la población se inscribía en el llamado "Tercer estado": eran los no privilegiados, quienes pagaban impuestos para sostener al Estado y a los privilegiados: el clero (primer estado) y la nobleza (segundo estado), quienes no pagaban impuestos mientras derrochaban ingentes sumas de dinero en lujos y frivolidades.
En el aspecto político, el Antiguo Régimen se caracterizó por el absolutismo monárquico, régimen que identificaba al rey con el Estado mismo.
Durante la época de esplendor económico y cultural, los cuestionamientos al régimen no tuvieron eco. Francia admiraba al mundo con su cultura y poderío, y el Palacio de Versalles, residencia de la corte, era el símbolo y la síntesis del absolutismo, con su extravagancia, sus rituales interminables y su esplendor.
Muy pronto, los reclamos legítimos acabarían derivando en un odio fanático y en un atroz derramamiento de sangre, en el acontecimiento que hoy consideramos el inicio de la Edad Contemporánea: la Revolución Francesa.