lunes, 24 de agosto de 2009

La sociedad indiana


El mestizaje y la sociedad de castas en América española

En el largo período colonial se crearon y consolidaron en América escalas sociales fundadas en las razas, culturas, etnias y nacionalidades.

Así,  se instaló en las sociedades la idea de la superioridad indiscutible de lo blanco y europeo –valores que arraigaron fuertemente y se instalaron de allí en más hasta la actualidad– y se consagró el derecho de aquellos a aprovecharse del trabajo (en condiciones sumamente opresivas) de los sectores de la población considerados inferiores.
Durante la conquista de América, el indio fue discriminado y, con frecuencia, objeto de tremenda explotación y trato brutal. Con el tiempo la utilización de los indios como esclavos se fue reduciendo, menos por la voluntad de los gobernantes que por la drástica disminución de la población y la incorporación de mejoras técnicas en el proceso de producción de metales. Lo cierto es que en 1548 se decretó la abolición de la esclavitud indígena, que fue reemplazada por nuevas formas de producción (el repartimiento, la hacienda, etc.) y por relaciones laborales semiserviles que incluían la fijación del trabajador al suelo, el endeudamiento y el tributo.

A partir de entonces, solo la población negra continuó en la esclavitud. La mano de obra esclava, constituyó un factor decisivo en la configuración de las actividades económicas características de ciertos lugares de América, tanto hispana como anglosajona. El proceso que llevó a que una porción de la humanidad considerase a otra como "inferior", cosificable y sin derecho al goce de la libertad, es un asunto que requiere de cuidadoso análisis, de profunda reflexión, para interpretar mejor el mundo de nuestros días.




El sistema colonial español conoció como régimen de castas al resultado de la mezcla étnica, estableciendo claramente, a través de la legislación indiana, los deberes y derechos de cada una de ellas.

En un principio se llamaba “mestizos” a los descendientes de españoles e indígenas (en su mayoría eran de padre español y madre indígena, dada la abundancia de españoles solos, y porque resultaba impensable que una mujer española procreara con un indígena) y se denominaba “castas” a los afromestizos. Desde épocas tempranas los mestizos eran considerados inferiores, poco confiables y enemigos del orden, al igual que toda clase de mezclas en las que intervenían indios o negros (sin importar que hubiera paternidad de un blanco).
El prejuicio hacia la mezcla racial, tan presente en los escritos del siglo XIX, estaba ya en vigencia desde el siglo XVI en la América colonial. Pero por el temor a los desórdenes y sublevaciones, se fue dando más importancia a la pureza de sangre hacia el siglo XVII.  Como la mezcla de sangres acarreaba desventajas económicas y sociales (debían pagar tributos y sus derechos o deberes eran diferentes, además de la deshonra), se hacían esfuerzos para ocultarla.

En los comienzos de la colonia se incorporaron disposiciones orientadas, por lo menos en la letra, a proteger a los indios de los abusos de los hispánicos, quienes se apoderaban de sus mujeres y los despojaban de sus bienes. Con el tiempo, la política de los españoles tendió a aislar a los indios respecto de los blancos y de otras castas tales como los negros, mulatos y mestizos, a quienes se les prohibía radicarse entre las tribus. La “razón” esgrimida era que “maltrataban a los indígenas, los ejercitaban en los vicios y la holgazanería y les infundían creencias supersticiosas.” Curiosamente, invocando la salud espiritual de los indios, se les infligió una serie de males absurdos, como quitar a las madres indias sus niños mestizos.



El régimen de castas en el Río de la Plata

La legislación del virreinato configuró un sistema estratificado según el color de la piel, que algunos autores llaman “pigmentocracia”.
El conflicto entre “españoles americanos” y españoles peninsulares, y la división de castas, se agudiza en el transcurso del siglo XVIII.
Los cargos políticos de la colonia estaban en manos de los españoles nativos: virrey, auditores, intendentes, etc, y gran parte los miembros del alto clero.  El monopolio comercial también favorecía a los españoles nativos, aumentando el resentimiento en los criollos, los que además, con frecuencia, eran mestizos.
La tensión era tal que dentro de la misma familia, podían enfrentarse unos con otros cuando pertenecían a distinto origen.
La llamada “clase principal” era la propietaria: grandes comerciantes, terratenientes, empresarios de obrajes, saladeros, astilleros del Paraná, bodegueros, dueños de tropas de carretas...  Junto a ellos, altos funcionarios de la administración y dignatarios eclesiásticos.  Además, con frecuencia se tenía más de una ocupación en simultáneo: comerciante y hacendado; viñatero y propietario de carretas; dignatario eclesiástico y comerciante, etc.

El terrateniente rioplatense, al menos en el Litoral, era aliado de la burguesía comercial criolla en el reclamo por el comercio libre.
En el interior las diferencias económicas, étnicas y culturales acentuaban la servidumbre aceptada pasivamente por la población india y mestiza, y reforzada por la minoría terrateniente y comerciante, apegada a las jerarquías. Sin embargo, la rebeldía se manifestaba bajo dos formas: la práctica de la hechicería, y las esporádicas sublevaciones que, en los tiempos de Túpac Amaru, llegaron a conmover fuertemente el Noroeste del Virreinato, y despertar simpatía en casi todo el Río de la Plata, con gran preocupación de las autoridades coloniales.
 Las capas populares de Buenos Aires (de la ciudad portuaria y de la campaña ganadera), contaban
con multitud de vendedores callejeros de ambos sexos, de gente sin oficio y con ocupaciones esporádicas. Con mucho menor dependencia hacia la clase principal, su comportamiento era menos sumiso, “una plebe andrajosa, desocupada y alegre”.
 Los comerciantes de menor fortuna, los empleados de la administración –acrecentados desde la implantación del Virreinato en 1776 y las reformas sucesivas-, auxiliares de justicia, pulperos, matarifes, maestros, artesanos, etc., entraban en la categoría común de “gente decente”.
Conforme crecía el número y la importancia económica de los criollos y mestizos, mayor la preocupación de los españoles por apartarlos de las principales esferas de la administración, por el riesgo político y por la escasez de mano de obra –que solo podía ser india, negra o mestiza.  Un testimonio de la época muestra el conflicto, por ejemplo, entre algún poderoso propietario salteño y un funcionario mestizo –de los pocos que, excepcionalmente, lograban ingresar a la administración-, porque los miembros de la minoría española no podían soportar “… que un sujeto tan ruin y de tan bajo nacimiento (el subdelegado mestizo) haya de supeditarlos y mandarlos a tantos españoles de honor y conocida buena conducta, nobles en toda clase”.
En 1778, el Cabildo de Santiago del Estero atribuye la decadencia de las escuelas del lugar a que a ella no concurrían más que mulatos, negros y pardos, gente indigna de letras –sostenía-, porque la instrucción solo correspondía a los hijos de la gente principal.
La segregación racial regía en escuelas, corporaciones, milicias, cultos religiosos, relaciones entre los sexos y, en general, en casi todos los demás aspectos de la vida colonial controlados por las autoridades o la minoría blanca, sobre todo en los centros urbanos. La rigidez social del Virreinato no existía en zonas como el Litoral, donde la libertad sexual permitía continuas uniones entre castas distintas, y no regían las leyes españolas que prohibían el enriquecimiento ilícito.
Al producirse mezclas entre las castas principales (blancos o españoles, los indios, los mestizos, los negros y los mulatos, en orden decreciente de consideración social según las leyes y las costumbres), se puso nombre a cada mezcla: zambos, castizos, moriscos, chinos, etc.  Esta clasificación era de difícil aplicación en la práctica.
Es que solía llamarse “mestizo” o “mulato” no solo a quienes lo eran realmente sino también a los blancos pobres, y “español” o “blanco” a quien sobresalía por su fortuna –y existía gente de color que llegaba a lograrlo. Así, raíces étnicas y posición económica se relacionan.  “El individuo pobre, no educado o de mala conducta –dice Haring- era un mestizo.  El rico, el educado y buen ciudadano, podía fácilmente hacerse contar entre los blancos”.  A fines del siglo XIX, escribe un habitante de la ciudad de Córdoba: “No importa que sean blancos, rubios y de perfiles correctos…, nosotros les llamamos mulatos porque el padre o la madre, la abuela o el tío fueron gente del servicio… o fueron familias de menor cuantía”.  Asimismo, son comunes los mestizos emigrados del lugar de origen, que se hacen pasar por blancos puros.  Testimonios de viajeros de la época expresan, por ejemplo, que la “clase principal” de Buenos Aires revelaba una proporción de mestizaje más alta que la que traducen las estadísticas de aquel entonces.
 Para 1810-1825, algunos autores calculan que la población indígena de lo que habría de ser la Argentina alcanzaba a unos 200.000, un 31,74% de la población total (630.000 habitantes).  Añadiendo los datos de Bolivia, Uruguay y Paraguay, se obtendría la cifra de 1.300.600 indios, 320.000 blancos y 742.000 negros y mestizos.
 Pero, para interpretar correctamente estas cifras, debe tenerse en cuenta el llamado “blanqueo” de la población, es decir, la simulación de “limpieza de sangre” para escapar a las condiciones de inferioridad social de la población mestiza, muy frecuente en toda América.
 A medida que el Río de la Plata se fue transformando de una sociedad de castas en una sociedad clasista, las desigualdades jurídicas y materiales cambiaron: de la distinción entre blancos por un lado, y negros, indios y mestizos por otro, se pasó a un sistema de desigualdad social en cuyos polos se encontraban los grandes terratenientes y los peones y campesinos pobres. Las relaciones de clase en la Argentina están signadas, desde mucho antes de su nacimiento como nación, por un sustrato racial.
Era general la tendencia de los inmigrantes españoles de la época, aun los de origen popular, a rechazar las ocupaciones que consideraban propias de esclavos o gente de inferior condición, pretendiendo un lugar privilegiado en la sociedad. Así las tareas manuales- las artesanías y las nuevas tareas ganaderas- quedaban en manos de la población mestiza. Pero muchos de estos devolvieron el rechazo de la sociedad convirtiéndose en lo que se acostumbró llamar “vagos y malentretenidos”, gente al margen de la ley y sin ocupación fija, para lo cual se vieron favorecidos por las grandes extensiones rurales donde el peso de la autoridad era insuficiente o nulo. En muchos lugares del Virreinato se suceden las disposiciones oficiales tendientes a constreñir a “vagos y malentretenidos” a las tareas ganaderas, a las obras públicas y a otras actividades de importancia.

De tal consideración participaba la naciente figura del gaucho, -“gauderio”, “changador” según sus primeros apelativos-.  Mezcla de español e indígena, participaba esporádicamente de diversas tareas ganaderas; fue también protagonista a caballo de contrabandos, cuatropeas y otras actividades delictivas de aquel entonces, e integraba la tropa de los fortines.  Hasta llegar a las guerras de la Independencia, en las que cumpliría sobresaliente papel.

ADAPTACIÓN.
http://www.elarcaimpresa.com.ar/elarca.com.ar/elarca43/notas/segregacion.htm
http://mas-historia.blogspot.com.ar/2011/06/la-sociedad-hispanoamericana.html

martes, 4 de agosto de 2009

El "Requerimiento" (1513)


Para los que preguntaron por el tema, aquí encontrarán un artículo enciclopédico que explica el contexto en que este documento se dicta.

"Requerimiento americano," Enciclopedia Microsoft® Encarta® Online 2009

Debe destacarse que tal vez ésta haya sido una de las pocas veces en la historia, en que un proceso de conquista y ocupación territorial se frena por dudas de conciencia, para dar lugar a discusiones filosóficas acerca del derecho de los conquistadores sobre los conquistados.

El texto completo del "Requerimiento" puede resultar denso e inentendible para nosotros, por las formas arcaicas de expresión que emplea: si les sobra coraje, pasen y lean.